Plataforma Laboral Life

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NO NORMALICEMOS EL AGOTAMIENTO

¿Es normal salir del trabajo agotado? Parece que sí, incluso puede extrañar ver a alguien salir silbando y contento del trabajo como si nada. A veces tengo la impresión de que mostrar fatiga al acabar la jornada es una obligación para demostrar que se es un empleado implicado y responsable.

Existe la idea que, a más cantidad de trabajo, más fatiga; y así hasta llegar al agotamiento. Según este punto de vista, la motivación en el trabajo llevaría a trabajar con intensidad y perseverancia por lo que el buen trabajador, responsable e implicado, necesariamente se fatiga más que el trabajador no implicado.

Pues en realidad es al revés, trabajar con motivación, aunque sea trabajar mucho, no cansa tanto como trabajar sin ganas ni motivación, aunque se trabaje menos. Esto lo he argumentado en Trabajar no cansa, trabajar sin ganas, sí (clicar para acceder al enlace).

Creo que ver la fatiga como un subproducto inevitable del trabajo proviene de la revolución industrial, cuando se empezó a cuantificar el trabajo por horas, a medir el rendimiento y a estandarizar las actividades laborales, frente al modelo de trabajo preindustrial ligado a la agricultura y artesanía, más orientado a actividades guiadas por ciclos naturales que por el reloj. Otra herencia de la revolución industrial fue utilizar la metáfora de la máquina aplicada al esfuerzo y a la fatiga de los trabajadores. Una máquina tiene una duración limitada lo que significa que cuanto más tiempo esté funcionando a mayor velocidad y carga, antes llegará a la avería. En este sentido, la fatiga de los materiales consiste en un deterioro imperceptible de una pieza mecánica que va creciendo con las horas de funcionamiento hasta que se rompe de golpe. Aplicado esto a los trabajadores querría decir que la cantidad de trabajo, en duración o en intensidad, lleva poco a poco a la fatiga y al agotamiento (la avería) que consite en no ser capaz de hacer nada, ni el trabajo, ni tampoco otra actividad. Por eso se cree que el agotamiento de una persona que, al acabar la jornada, está tan fatigada que no puede dedicarse a tareas del hogar o actividades de ocio es debido a la cantidad de horas de trabajo y a su intensidad, a la cantidad de trabajo.

Pero resulta que, desde el punto de visto de la actividad física, muscular, la fatiga no es un subproducto nocivo del trabajo, sino una protección: a medida que se realiza una actividad física, el músculo se va deteriorando y la fatiga aparece como una señal para cesar la actividad muscular y permitir que, durante un periodo de descanso, las fibras musculares se regeneren. Además, la fatiga muscular tiene una curva de incremento más rápida que el trabajo muscular y por eso tiene ese papel protector, porque avisa mucho antes de que se produzcan daños irreversibles. De esta manera, si se van alternando periodos de ejercicio y de descanso de forma adecuada la capacidad de trabajo va aumentando ya sea en potencia o en resistencia, Dado, que las sensaciones de fatiga aparecen mucho antes de que haya un peligro inminente de daño físico, los deportistas de alto rendimiento pueden ir incrementando su tolerancia a la fatiga con el entrenamiento progresivo. El dolor muscular, en cambio, aparece después de un ejercicio con una intensidad excesiva para la que no se está preparado, o porque los movimientos no con los correctos.

O sea que, si el organismo está entrenado, resiste más, a diferencia de la máquina que más uso, resiste menos. El cuerpo, como ente biológico, no tiene nada que ver con una máquina que no se regenera con el descanso y no es capaz de mejorar con la práctica. En este sentido la metáfora de la fatiga como “desgaste” del cuerpo no sirve para el trabajo, y teniendo en cuenta que necesitaríamos una cantidad de trabajo muscular muy intenso para llevar a agotarnos físicamente en el trabajo hasta la extenuación, no podemos pensar en la fatiga física, muscular, como explicación de la fatiga en general, el “no ser capaz de hacer algo, por haber realizado mucha actividad antes”.

Pensemos en las personas que, después de una sesión matutina de jogging, se sienten con más ganas de trabajar, y no al contrario. Para entender la fatiga del trabajo de otra manera, sin reducirla a fatiga muscular, debemos distinguir entre descanso y reposo. Se puede considerar, por ejemplo, a los ciclistas de carreras que tres semanas que recorren cientos de quilómetros en etapas de varias horas diarias. Estos deportistas antes de tomar la salida realizan una larga sesión de calentamiento rodando a un buen ritmo, y después de cada etapa vuelven a rodar disminuyendo el ritmo poco a poco. En los días de descanso también ruedan. Si fuese cierto que a más trabajo físico más fatiga y menos rendimiento, un ciclista que en lugar de rodar antes de después de cada etapa estuviese inmóvil, tendría ventaja porque estaría menos fatigado que el resto. Pero no es así porque descanso no significa reposo (es decir inactividad), son dos cosas diferentes. La inactividad hace que los músculos estén menos preparados para resistir el ejercicio, y el descanso es hacer una actividad diferente a la que se ha hecho antes no es no hacer nada.

Vemos como los ganadores de un maratón, después de un gran esfuerzo necesitan un cierto tiempo de recuperación para luego subir al podio con movimientos enérgicos y pueden alzar los brazos o sonreír. Pueden notar la intensidad del esfuerzo físico en sus músculos, pero no están agotados y sin fuerzas para hacer nada, como algunas personas cuando salen de trabajo.

Robert Hockey, profesor emérito de la Universidad de Exeter, recopiló en su libro The Psychology of Fatigue: Work, Effort and Control (Psicología de la Fatiga: trabajo, Esfuerzo y Control) una impresionante cantidad de estudios empíricos sobre la fatiga producida por una gran variada de tareas, desde las más físicas a las que necesitan esfuerzo mental y llegó a la conclusión de que la fatiga en general no puede ser explicada por la cantidad de trabajo muscular o mental que se ha de ejercer, sino que la fatiga y el agotamiento dependen de cada tarea y de su contexto. Dicho de otro modo, no es el trabajo realizado los que produce fatiga sino los resultados obtenidos; cuando menos valiosos sean los resultados más fatiga produce una tarea, así de sencillo.

Las tareas más estresantes producen más fatiga. Lo mismo que las repetitivas, las aburridas, las tareas en la que no hay control y las imprevistas. Las tareas con una alta demanda, muy exigentes y en las que se evalúa el rendimiento por terceras personas, producen mucha fatiga también. De la misma manera que las tareas que se realizan bajo presión, para evitar daños o con posibilidad de fracaso. En cambio, tareas variadas o que sean elegidas por la propia persona, no producen casi fatiga. Tampoco producen fatiga tareas en las que el participante alcanza progresivamente nuevas metas, ya sea un juego online o una investigación científica. Por esta razón, Robert Hockey llega a la conclusión que la fatiga es un fenómeno de naturaleza motivacional, es una especie de señal que indica que hay que abandonar una tarea porque no proporciona satisfacción.

Por lo tanto, si uno se siente agotado al acabar su jornada laboral, no es que le fallen las fuerzas, sino que probablemente es que el trabajo no está bien organizado, bien remunerado o bien dirigido. No nos engañemos.

Por lo tanto, no debemos normalizar el agotamiento, la legislación en salud laboral es muy clara y actualmente no puede haber ningún puesto de trabajo que exija esfuerzos físicos extremos, por lo tanto, el agotamiento es una anomalía, no una consecuencia de trabajar mucho y bien.

Jordi Fernández-Castro
Grupo de Investigación en Estrés y Salud (GIES)
Universidad Autónoma de Barcelona.



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