Plataforma Laboral Life

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EL HECHO DE LABORAR, COMO DERECHO FUNDAMENTAL

El trabajo desde los tiempos más remotos, siempre ha sido clave en el progreso del Ser Humano, en todas las Civilizaciones; y ello ya constituye por sí mismo un concepto vital del que vamos a hablar en estas líneas, intentando profundizar en ello.

La Biblia ya menciona en el Génesis (2,15) que Dios puso al hombre “en el jardín del Edén para que lo cultivase y guardase”, no sin grandes sacrificios, “con trabajo comerás de ella…” (3,17), y “..con el sudor de tu rostro comerás el pan…” (3,19), en expresión latina “ut lavoratur”, para que trabajara.

En la época clásica, Grecia y Roma, los que ejercían el trabajo eran los esclavos, y los sometidos en batallas sinfín entre los pueblos; mientras el resto de la orbe ejercía la función pública, el derecho, la filosofía, las finanzas, ó la milicia preparando nuevas conquistas, y anexionando pueblos y territorios.

El término trabajo, proviene del latín “tripallium” que era un instrumento de tortura romano.

Todo ha evolucionado, desde el hombre de Neanderthal, y el trabajo agrario, antes fue la caza; la civilización ha ido creciendo aplicando nuevas formas de trabajar, y espacios cada vez más acotados dedicados a ello. Un poco estamos viviendo este fenómeno en nuestra Era moderna, desde que se reguló el tiempo de trabajo, porque los esclavos no lo tuvieron nunca, como derecho positivo.

La Edad Media, viviendo de lo rural y lo religioso, dio paso a nuevos oficios como la orfebrería y la cerámica, que ya estaban consideradas de antaño en la época clásica. Los riesgos debidos al hecho de trabajar, empezaron a resentirse en una parte de la población trabajadora, describiéndolos mucho más tarde pero majestuosamente en el siglo XVI, Bernardino Ramazzini, fundador de la medicina del trabajo, desde la Universidad de Padua en Italia, donde ejerció.

El trabajo agrario, la orfebrería, la pintura, el comercio, la pesca, las transacciones comerciales, y las financieras en centroeuropa, y la consiguiente movilidad de las personas: geográfica y funcional, que vivimos también en la actualidad, ya se daban en esa época temprana hasta nuestros días, que vivimos a diario y que continuarán dándose. Todo ello tiene una importante repercusión en la novedosa concepción del trabajo, como entidad con carisma propio, pero con formas cada vez más plurales, en cuánto a personas y medios disponibles, siempre limitados.

Si nos aproximamos a la Revolución industrial, en el siglo XIX, la que ocurrió en Manchester (UK), por ejemplo, el uso de la maquinaria ya supuso un avance enorme en cuanto a la producción, pero no por ello dejó de haber revueltas sociales, como la de los “luditas” a principios del siglo (1811-1816) intentando apartar a las máquinas textiles, por temor al desempleo que ellas podían conllevar, y por lo tanto atentaban, así lo intuyeron, a su medio de vida para seguir adelante ellos y sus familias.

El trabajo se convirtió en un “bien sensible” de la vida de las personas, y por lo tanto, debía ser respetado. La revolución francesa, puso en jaque a quién quisiera atentar contra la dignidad del pueblo, que no atesoraba riquezas, y tenía que seguir viviendo ejerciendo sus oficios con sus manos y el sudor de su frente, en la agricultura, la ganadería, y los servicios al empleador, amo o señor.

El derecho al trabajo, regulado por el derecho positivo como hoy lo entendemos, todavía no se había llevado a efecto, y muy posteriormente, entrado el nuevo siglo se comenzó a notar.

Con la impronta de la Revolución Industrial del siglo XIX, donde lo que más preocupaba era la producción industrial, sin tener en cuenta la salud del obrero-a, salvo en casos excepcionales: se hizo patente la necesidad de salvaguardar algunas necesidades básicas provenientes de la pérdida de la salud con el trabajo. El mariscal Otto Von Bismarck puso el germen de los futuros seguros sociales (1883), que hoy en día disfrutamos en la UE, y en los países más desarrollados del planeta.

El trabajo quisieron convertirlo en un diseño científico de la organización y métodos; con Frederick Taylor (1890), el Taylorismo, que durante décadas funcionó, pero que con el tiempo, hasta el mismo Taylor, fue olvidado.

En los años 20, una gran empresa eléctrica americana, Hathworne, ya se dio cuenta mediante la inclusión de psicólogos industriales en los talleres, de la importancia de las condiciones de los lugares de trabajo, como la iluminación en los talleres, para poder incrementar la producción, y de la importancia de saber implementar bien los medios de producción con las personas que lo realizan, porque ello es clave en la sostenibilidad de cualquier proyecto empresarial que se precie, y que quiera subsistir, incluso en los tiempos actuales.

El Reparto del trabajo como conciencia liberadora se llegó a plantear por algunos visionarios y eruditos en el siglo XIX, e incluso, entrado el siglo XX, se llegó a tratar como excelente por el régimen nazi, cuando en el frontispicio de sus campos de concentración se hablaba de que el trabajo libera (“arbeit macht frei”). Olvidaron decir, que solo el trabajo digno libera.

La Organización Internacional del trabajo (OIT/ ILO) desde su nacimiento tras la Primera Gran Guerra, en 1919, y la Declaración de Fidadelfia (mayo, 1944) ya ha dado pasos decisivos y congruentes en esta apuesta por el trabajo digno, con las numerosas Directivas regulatorias; y hay que seguir fijándose en ella, haciéndose partícipes proactivos de sus decisiones a los Estados miembros, porque éste es el camino.

El derecho al trabajo, como ciencia que lo vigila y regula, por fin ha llegado a instalarse en el hecho de trabajar, y en la conciencia de las personas que lo hacen, siempre mejorable porque todo no está dicho ni regulado aún, pero sí hay un mayor control en ello, y en lo sucesivo sin solución de continuidad, afortunadamente, al menos en el contexto en que el que nos encontramos en nuestra sociedad más avanzada, fundamentalmente el Continente Europeo. Todavía en nuestro País se dan cada año más de un millón de accidentes laborales, y mueren próximos al millar, y en el mundo son unas 200.000 personas que fallecen ejecutando su tarea, por ello es incuestionable seguir avanzando en la prevención laboral, la promoción y enseñanza en seguridad y salud, la reparación justa del daño: somático y psicosocial que se dan, y continuarán dándose.

Mejorando nuestra legislación, en aras a una aproximación más real a las necesidades que demanda el mundo del trabajo, con ánimo de alcanzar el mayor bienestar a todo el conjunto de interesados-as por el hecho de trabajar, y poder seguir viviendo de ello.

José María Aguirre Fdez. de Arroyabe
Médico especialista en medicina del trabajo.
Graduado social.
Técnico superior en prevención de riesgos laborales.


Viernes, 19 de enero de 2024

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